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Esta  historia  nace  en  Montuana,  una  ciudad  moderna  e  industrializada,  llena  de  luces  artificiales  e innumerables avisos de neón que nublaban la vista de cualquier transeúnte. Y es que el lugar tenía tanta polución que en muy rara ocasión se colaba un rayo de luz natural entre sus enormes edificios.

Allí nació Hank, lleno de lujos y comodidades; sus padres, reconocidos políticos de la ciudad, siempre atendieron sus demandas y aunque no pasaran mucho tiempo con él, Hank obtenía lo que quería con tan solo abrir la boca.

Después de la muerte de sus padres aquel chico se dedicó a su carrera de medicina, fue uno de los mejores de su clase y no temía decirlo, era arrogante y prepotente. Fue así, que con su posición social y exitosa carrera de medicina, logró posicionarse como uno de los mejores cirujanos de la ciudad. Hank a sus 35 años tenía bastantes ingresos, era un hombre cotizado, soltero, sin hijos y una vida para muchos exitosa, llena de lujos, whisky, viajes y mujeres.

Generalmente la única compañía de la que Hank disfrutaba era la de su botella de whisky y la su mejor amigo Richard,  un  arquitecto  multimillonario dueño  de  dos  constructoras en  la  ciudad;  con  40  años  se  había divorciado 3 veces, solo se preocupaba por su yate y las fiestas inolvidables del hotel cinco estrellas que visitaba cada semana con una de sus novias de paso.

Un viernes en la noche Richard llamo a Hank como de costumbre, para invitarle a una noche de “desenfreno y diversión”, así solían llamarle. Irían a cenar, tomarse unas copas y recogerían algunas amigas, nunca sabían en donde podrían despertar.

Lastimosamente esa noche no fue como las otras, una de las chicas con la que se divertían resultó ser una menor de edad, así que Richard y Hank terminaron su noche en la comisaria, dando explicaciones, moviendo influencias, e intentando ubicar a sus abogados para salir de allí.

Hank ya tenía varios inconvenientes con la justicia por conducir ebrio, agredir a varios meseros y sobornar a la justicia. Sus influencias lograron sacarlo, pero a cambio debía prestar un servicio a la comunidad. Por su excelente reputación en el campo de la medicina, el juez decidió enviarlo a prestar sus servicios en un hospital de caridad, ubicado en un barrio de invasión en el último rincón de Montuana. Así entonces, mientras Richard se burlaba de su amigo, Hank debía trabajar de manera gratuita durante tres meses en ese hospital, y según su abogado no había forma de librarse de esto.

Durante su servicio en aquel centro de salud, Liz una enfermera que llevaba más de 20 años trabajando allí, no dejaba en paz a Hank, se ofendía cada vez que le asignaban un paciente al “prestigioso” doctor, pues él los atendía con desprecio y arrogancia. A Liz no le interesaba el estatus ni el estudio que pudiera tener el médico de cabecera, en más de una ocasión discutió con él por la forma en que trataba a sus pacientes por el hecho de ser humildes y no tener recursos económicos; Hank prefería ignorarla, Liz era una señora de 50 años así que optaba por no discutir con una persona mayor.

Una mañana bastante lluviosa, Hank se encontraba trabajando en su servicio social en el hospital, de mala gana como siempre lo hacía; mientras tanto Liz valoraba a Rosario, una gitana viuda de 93 años que dedicaba su vida a la lectura de cartas en una esquina de la plaza central de Montuana. La anciana era una mujer bastante enferma, su asma y sus problemas cardiacos la tenían bastante desmejorada. Liz era paciente, pues Rosario a pesar de sus convalecencias era de un carácter fuerte y siempre estaba mal humorada. Los resultados de los exámenes que le realizaron a la viuda no fueron los mejores, sus pulmones tenían serios problemas, así que Liz no vio más remedio que remitirla con el doctor Hank.

Después de cuatro horas de espera, Rosario finalmente fue llamada a un consultorio, Hank se había tardado en citarla pues estaba negociando con otros médicos la atención de la anciana,   no quería atender “una vieja desalineada y mal oliente”. Sin embargo los demás médicos indignados decidieron ponerse de acuerdo para que solo él pudiera atenderla, y así fue.

Rosario ya se encontraba ofuscada, la espera fue infinita y sus dolencias no se detenían, pero Hank no hizo caso a sus reclamaciones, procedió a revisar sus exámenes sin siquiera mirar a la anciana. Efectivamente requería de una intervención quirúrgica de urgencia, debía ingresar a cirugía inmediatamente pues de ello dependía su vida. Sin embargo el único cirujano disponible en el hospital era Hank y él tenía otro compromiso, Richard lo esperaba en el hotel cinco estrellas, con su botella de whisky y algunas chicas en el penthouse.

Después de algunas averiguaciones, Hank decidió decirle a la anciana que se remitiera a otro hospital, le comento de su situación delicada y que él no podría atenderla más. Rosario asustada por lo que el médico le decía, le suplicó que la atendiera, hizo su orgullo a un lado y se le arrodillo rogándole atención pues en los otros hospitales le cobrarían, y ella no tendría como pagar. Pero todo fue inútil, Hank solo la miró con desprecio mientras le decía:

 

– Ese no es mi problema, búsquese los medios y solucione eso usted. Al fin y al cabo es su vida y no la mía. Se quitó de las rodillas de la anciana con asco y la dejó botada en la sala de espera.

La anciana llorando indignada, levantó su voz ante la mirada atónita de los pacientes que se encontraban en la sala:

 

– ¡Prestigioso doctor Hank!, lo maldigo esta vida y la otra, le deseo el peor de los augurios pues… ¡No todo es lo que parece!

 

Entre tanto el doctor salía del hospital riéndose a carcajadas de “la vieja loca”.

 

Camino a su encuentro con Richard, Hank decidió llamarlo a contarle la horrible escena que había tenido que presenciar; entre burla y burla, los amigos imitaban a la anciana, se mofaban de su apariencia y de los gritos en la sala de espera; en medio de las risas, Hank descuido la carretera y perdió el control de su BMW, fue a dar a gran velocidad contra un muro sólido de concreto.

Algunos días después, Hank despertó en la cama de un hospital, miraba confuso y adormilado las paredes de aquel lugar sin poder distinguir donde se encontraba. Algo aturdido, Hank intentaba encajar  los últimos recuerdos en su mente antes de subirse al vehículo, recordaba el hospital de caridad, la anciana loca, las risas de Richard y… Nada más, el resto era confusión.

Llegó la noche y por fin alguien se asomó a su habitación, era Liz la enfermera del hospital que pasaba a realizar su ronda nocturna, Hank se tranquilizó un poco al ver por fin una cara conocida, podría saber que le había ocurrido.

 

– ¡Liz que alegría verla!, ¿Qué fue lo que pasó?, ¿qué hago aquí?, ¿sabe Richard que estoy aquí?

 

Liz notó la angustia y confusión de su paciente, así que solo le pidió que descansara y le dio algunos tranquilizantes para que pasara una buena noche, estaba muy alterado; lo visitaría en la mañana para poder hablar con él en calma.

La mañana siguiente efectivamente Liz pasó a la habitación de Hank para atenderle y llevarle alguna medicina:

 

– ¿Cómo amaneció mi querido paciente?, ¿ya se encuentra un poco más tranquilo?, si no está muy mareado podemos ir a la ducha, eso le servirá, además la necesita y ¡bastante!

 

Hank aliviado por la presencia de la enfermera:

 

– ¡Liz por fin se aparece!, no sé por qué estoy aquí, y ¡como así que necesito con urgencia una ducha!, Yo sé que no le agrado mucho, pero siempre he sido bastante aseado.

 

La enfermera no pudo evitar reírse del comentario de Hank:

 

– Mire muchacho, usted no me desagrada porque no he podido conocerlo, solo vengo a atender su salud pues esa es mi labor. Y no era mi intención ofenderle con lo del baño, simplemente creo que usted desde hace unos 6 meses no sabe lo que es un buen duchazo.

 

La enfermera tomo a Hank de sus brazos y con dificultad lo dirigió a la ducha.

Hank entró al baño revisando el lugar y justo en frente encontró un espejo, casi no puede reconocerse, su barba le rozaba el pecho, su cara estaba tan sucia que no podía distinguirse que color era su piel, el cabello estaba enmarañado, sucio y le tocaba sus hombros. Hank no podía entender lo que veía, creía que debía llevar siglos dormido en ese hospital.

 

– Dígame la verdad, ¿hace cuánto estoy aquí y que me sucedió? Por favor… Es que… No es lógico, no comprendo…

 

– Pues la verdad joven no sabemos lo que le sucedió, hace tres días lo encontró la policía en la plaza central de Montuana, parecía que le habían dado una paliza. No le encontramos documentos ni nada que lo identifique, solo vimos el tatuaje en su pecho, por eso supongo que se llama Hank.

 

El pobre medico asustado abrió su bata y observó el tatuaje del que le hablaba la enfermera: “Hank no todo es lo que parece”.

 

No entendía que le sucedía, él odiaba los tatuajes, así que donde había salido ese, y ¿por qué su apariencia?,

¿cómo fue a parar a la plaza central?, ¿por qué Liz no lo recordaba?, ¿quién lo había golpeado?, Hank se hacía mil preguntas a la vez.

 

– ¿Liz no me reconoce?, soy el medico al que tanto critica, ¿me recuerda?; estoy haciendo una labor social por orden del juez en este hospital, usted debe recordarme. Debe acordarse de la última mujer que me remitió, fue Rosario la gitana andrajosa que tenía múltiples trombos en los pulmones.

 

Liz preocupada por el estado mental de su paciente, decidió devolverlo a su cama y llamar a psiquiatría.

 

– Joven no conozco ninguna Rosario ni el caso que me menciona. Pero no se altere, yo creo que esto se debe al golpe que tiene en la cabeza, esas cosas pueden presentarse. Mejor recuéstese voy a llamar al doctor para que lo evalúe, todo va a estar bien.

 

Hank se recostó confundido y esperó a que Liz saliera de la habitación, inmediatamente buscó algo de ropa y se escabulló por el hospital en búsqueda de Richard, él sí podría ayudarle. Lo primero que se le ocurrió fue buscarlo en su mansión a las afueras de Montuana, así que como pudo se subió en el metro para ir en búsqueda de su único amigo.

Todo fue inútil, nadie en la mansión le permitió el ingreso; ni los mayordomos, ni los empleados lo reconocían, lo único que le decían era que si no se retiraba llamarían a la policía.

Hank desesperado decidió esperar fuera de la mansión, en algún momento Richard tendría que salir en su auto, ahí aprovecharía para hablarle y pedirle ayuda; su amigo del alma si lo reconocería a pesar de su barba y apariencia harapienta.

Ya estaba oscureciendo y apareció una bruma cargada de un frio intenso, ya conocido por todos en la ciudad, Hank por fin vio las luces de un auto asomarse por la puerta de la mansión, se preparó y se hizo al lado de la acera para poder lanzarse rápidamente al auto de Richard, así no le daría tiempo a los empleados para llamar a la policía, la espesa niebla le ayudaría a camuflarse. Una vez salió el auto de Richard, Hank saltó con gran destreza al capó del vehículo, a Richard no le quedó más remedio que frenar después de aquel susto.

 

– ¡No puede ser!, ¡atropellé a alguien!, ¡ese sujeto debe estar muerto!

 

Richard se bajó rápidamente de su auto para ver qué había sucedido, Hank entusiasmado lo abrazó.

 

– Amigo ¡por fin!, no te imaginas por las que he pasado, estuve tres días en el hospital quien sabe por qué y Liz la enfermera que te contaba estaba haciéndome pasar por loco, me tuve que escapar para venir a buscarte, tal vez puedas llevarme a mi departamento, el de la Avenida Orquídeas, tengo que darme un duchazo y cambiarme esta ropa asquerosa.

 

Visiblemente asustado Richard se lo quitó de encima, lo empujo y corrió nuevamente a su mansión.

 

– ¡Está loco! No me toque ni se me acerque o llamo a la policía, que amigo ni que nada, ¡usted lo que quiere es robarme! Si no se va voy a llamar a la policía o al manicomio, allá es donde debe estar!

 

– Richard amigo soy yo Hank, yo sé que con esta barba y el cabello largo no me veo muy bien, pero soy yo, mírame, llévame al departamento y veras que con un buen baño y una afeitada vuelvo a ser el mismo.

 

Richard solo lo miraba con desprecio, comenzó a timbrar en su puerta desesperado para que salieran los

empleados y pudieran ayudarle a escapar de ese “loco”.

 

– ¿Es que no ha entendido maldito loco?, no conozco a ningún Hank y el único departamento que conozco en esa avenida es el mío. Yo no tengo amigos, solo compañeros de desenfreno y diversión y está visto que obviamente usted no es uno de ellos.

 

Inmediatamente salieron los empleados en búsqueda de Richard llamando a la policía, Hank no tuvo más remedio que salir huyendo más confundido aún.

Cansado de correr, Hank se sentó en una acera intentando dar respuesta a todas sus preguntas, intentando comprender lo que estaba sucediendo; una parte en su interior, asociaba todo lo que le estaba pasando con la anciana Rosario, pero por otra parte apelaba a la lógica científica, eso no era posible, simplemente los maleficios no existen, ni la brujería, ni esos inventos ridículos. Sin embargo, algo muy en el fondo le seguía indicando que la respuesta estaría en manos de aquella anciana. Pensó entonces que tendría que ir a la plaza central, allí trabajaba Rosario y fue donde lo encontró la policía, tal vez en la plaza encontraría alguna respuesta a sus preguntas.

Al llegar a la plaza comenzó a preguntar por la gitana, hacía días no sabían de ella, nadie sabía dónde vivía o donde podía estar, lo único que pudo averiguar es que las últimas semanas la habían visto muy enferma y desde entonces nadie más había vuelto a verla. Una vecina del sector le sugirió que la buscara en la comunidad gitana que quedaba a dos calles de donde se encontraba, tal vez podían saber de ella.

Resignado y exhausto, Hank se dirigió a la comunidad pero no obtuvo respuesta alguna, conocían a Rosario sin embargo desde que enviudó se alejó completamente de su grupo. Desesperado e incrédulo, les comentó su caso y les mostró la marca en su pecho en espera de alguna respuesta lógica, aunque su respuesta no fue nada alentadora; según ellos una maldición gitana es bastante fuerte y solo se rompe a través del amor o el afecto, le sugirieron que buscara algún ser querido, o alguien que lo amara con honestidad, sin duda alguna esa persona lo reconocería y la maldición se rompería.

Desanimado Hank emprendió camino sin esperanza, sin rumbo, siempre había tenido una vida solitaria, egoísta y con la muerte de sus padres no tenía familiares a los cuales acudir. La única persona con la que llevaba una relación cercana era Richard, pero ya lo había buscado sin obtener resultado; es más, comprendió que solo había sido el compañero de “desenfreno y diversión”, no hubo amistad sincera; no tenía entonces a quien acudir. ¿Cómo rompería la maldición si no sabía el significado de amor y afecto?

Hank tendrá que  aprender a  conocerse a  sí  mismo,  enfrentar a  su  subconsciente, además de  tomar las decisiones adecuadas para  sobrevivir,  deberá  asumir  las  consecuencias de  una  respuesta    equivocada  y emprender una nueva vida, arrancar de ceros y completamente solo. Vivir como un habitante más de la calle, sin un peso en el bolsillo, ni un pan para comer, tendrá que ser una persona que nunca pareció ser.

 

Por, Carolina Garzón Chaves

 

Reseña de la autora

Mi nombre es Carolina Garzón Chaves, una escritora bogotana psicóloga del Politécnico Grancolombiano. Escribo desde que era niña, siempre tuve bastante imaginación y la forma perfecta de poder traer todo lo que mi mente construía a la realidad, fue una hoja de papel. Escribo por hobby, por amor a la escritura, más allá de aspirar reconocimiento, me hace feliz y me llena de satisfacción que otras personas puedan leer mis cuentos y transportarse por un momento a otra historia, a otro tiempo, a otro mundo.

 

 

Texto evaulado por: Paula Andrea Carreño
                                                        @PAU_0412

 

 

Recuerda que Narraciones Transeúntes es una convocatoria permanente, participa con tu texto y revisa los requisitos en:

 

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