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Cómo el hombre mató los libros y luego, yació junto a su TV

 

Cuando se hace un balance entre el impacto de la televisión y el de los libros en la actualidad, se llega, desafortunadamente, a un panorama no muy alentador: cantidades infinitas de imágenes proyectadas en pantallas enormes y ultradelgadas en HD– y ahora en UHD (Ultra High Definition)– han arrollado a cantidades infinitas de páginas encuadernadas en pastas ligeras–otras más afortunadas, en pastas rústicas–. Ambas opciones tienen su encanto y buen contenido, sin embargo, en la era de la inmediatez, de lo breve y del atesorado tiempo, es inminente el triunfo de los medios audiovisuales sobre los escritos; de programas de 20 minutos sobre libros que duraban una agradable eternidad. Podría seguir enunciando aspectos el inquietante fenómeno, pero alguien ya lo hizo con más estilo y contundencia y, mejor aún, en 1953.

 

Ray Bradbury, el popular escritor norteamericano de ciencia ficción, escribió en 1953 Fahrenheit 451; una novela que ilustra una sociedad en la que los libros son quemados por orden del gobierno y la gente pasa la mayor parte de su tiempo en habitaciones cubiertas por televisores. Montag, el protagonista, es parte de la brigada de bomberos encargada de quemar libros. Como todos sus compañeros, siente un placer especial por su trabajo, sin embargo, cuando conoce a Clarisse–una particular joven llena de preguntas, dudas y reflexiones sobre el sistema actual–empieza a ver el mundo de una forma distinta. De repente, su trabajo y su vida se vuelven una carga para él, quemar libros y denunciar a sus propietarios lo perturba de sobremanera, su esposa fanática de la televisión empieza a incomodarle y comprende que está a punto de enfrentarse con un mundo que encontró la felicidad y la igualdad al eliminar los libros y refugiarse ante enormes pantallas de televisión.

 

La genialidad de esta obra radica en que, con apenas unos años de la existencia de la televisión y el principio de los medios masivos de comunicación, Bradbury ya preveía lo que sucedería con el público. Mucho antes de que los expertos y estudiosos contemporáneos  hablaran del poder de los medios, de la simplificación de la información, de la virtualización de la vida y la lenta caída de los libros, en las páginas de Fahrenheit 451 ya estaba consignado esto y mucho más.

 

Se habla de los libros convertidos en resumen y la formación educativa:

 

“Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un diccionario […] Ahora, podrá leer por fin todos los clásicos. Manténgase al mismo nivel que sus vecinos”.

 

De la simplificación e inmediatez de las noticias:

 

“Acelera la proyección, Montag, aprisa, ¿Clic? ¿Película? Mira, Ojo, Ahora, Adelante, Aquí, Allí, Aprisa, Ritmo, Arriba, Abajo, Dentro, Fuera, Por qué, Cómo, Quién, Qué, Dónde, ¿Eh?, ¡Oh ¡Bang!, ¡Zas!, Golpe, Bing, Bong, ¡Bum! Selecciones de selecciones. ¿Política? ¡Una columna, dos frases, un titular! Luego, en pleno aire, todo desaparece. La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores, que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de tiempo”

De cómo murió la literatura:

“No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno”

De la definición del hombre y la sociedad:

“La palabra «intelectual», claro está, se convirtió en el insulto que merecía ser.”

“Hemos de ser todos iguales.[…] Entonces todos son felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables. ¡Ea! Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma, domina la mente del hombre. ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? ¿Yo? No los resistiría ni un minuto.”

De situaciones que suenan aterradoramente familiares:

“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno o, mejor aún, no le des ninguno. […] Tranquilidad, Montag. Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan”

De por qué la televisión es tan atractiva:

“El televisor es «real». Es inmediato, tiene dimensión. Te dice lo que debes pensar y te lo dice a gritos. Ha de tener razón. Parece tenerla. Te hostiga tan apremiantemente para que aceptes tus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para gritar: «¡Qué tontería!»”

“Uno puede cerrarlos [los libros], decir «Aguarda un momento.» Uno actúa como un Dios. Pero, ¿quién se ha arrancado alguna vez de la garra que le sujeta una vez se ha instalado en un salón con televisor? ¡Le da a uno la forma que desea! Es medio ambiente tan auténtico como el mundo. Se convierte y es la verdad. Los libros pueden ser combatidos con motivo pero, con todos mis conocimientos y escepticismo, nunca he sido capaz de discutir con una orquesta sinfónica de un centenar de instrumentos, a todo color, en tres dimensiones, y formando parte, al mismo tiempo, de esos increíbles salones.

 

Si bien la humanidad no ha llegado a instancias apocalípticas como en Fahrenheit, aún hay razones para preocuparnos. Estamos ante una generación de jóvenes–y también adultos– ingenua, indiferente y poco curiosa, que se atraganta de información e imágenes pero pocas veces emite una respuesta o una reacción constructiva. Como dice Bradbury, alejar nuestra vista de las pantallas se ha vuelto imposible, están en todos lados, nos atraen, nos entretienen, nos envuelven en la tendencia del momento: hoy la novela, el mes siguiente el mundial, se acerca el reality…”quédese en”, “a continuación”, “ya viene”, “estreno esta noche”, y quedamos encantados con un mundo en HD visto desde la comodidad del sofá. Y la literatura, la prensa escrita, el ensayo y la investigación quedan cada vez más en el olvido; la realidad humana es demasiado abrumadora, ni qué decir del debate  y la opinión del otro ¡mejor páseme el control remoto!

Sin embargo, tampoco se trata de irnos hacia el otro extremo: esto no significa que creemos un escuadrón de bomberos para incinerar toda pantalla posible. Va más por el lado de equilibrar las cosas. Prenda su TV, vea Los Simpson un rato, vea noticias, infórmese y ríase un poco, también hace falta. Luego, apague su TV, coja un libro y piense, reflexione, subraye ideas, coméntelo y ríase de nuevo, esos rectángulos de papel también son divertidos, se lo prometo. Empiece, por ejemplo, por Fahrenheit 451. 

 

Ana Puentes

anapuentes@rugidosdisidentes.co

 

 

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